miércoles, 23 de marzo de 2011

De la guerra moderna

Abrí la puerta y recibí en la cara el sabor de la humedad que es como el olor de la sombra de un monstruo magnífico. Caminé sobrecogido en la oscuridad con las pupilas dilatadas ( a esto científicamente se la llama instinto-temor a la muerte). Encontré el camino que había aprendido, que es todo lo que enseñan en el entrenamiento militar, y caminé riendo con sorna imaginando a los soldados del pasado que morían en los campos de batalla
                                                   desmembrados
                                                                 malheridos
                                                                            como perros  
y que a esto le llamaban honor, valor o patriotismo. La guerra entonces si era salvajismo, los hombres de antes idiotas o ignorantes.

Ahora la guerra es cuestión de inteligencia, de tal modo que las academias militares terminaron siendo universidades donde se enseñan cosas como espionaje, ingeniería aplicada y otras cosas indispensables sin las que en estos momentos tendríamos que morir como bestias a manos de maniacos con hambre de sangre, hijos de madre mal parida.

Pues sí, encontré el camino. Ya tenía memorizado el número de pasos desde la puerta bien disimulada y hasta sabía cuántas veces por minuto tendría que respirar para evitar los malestares por el cambio de presión que es común en estos lugares tan secretos.  Me sentí de pronto tan cansado que ya no sé que es mejor: si correr por los campos evadiendo minas o este juego de desgaste mental en el que la única gratificación es saberte héroe anónimo.

El camino por donde han pasado cientos de soldados desde que inició esta guerra y desde que sufrimos esta alza en la conciencia.

Conté los pasos casi como una ceremonia y entré en el cuarto donde debía esperar la orden para llevar a cabo la segunda mitad del entrenamiento que ahora es una misión en toda forma.

Sabía perfectamente que hacer pero no sabía cuándo, hubiese podido actuar ciego pero debía esperar la orden pues el tiempo es de suma importancia: todo debe estar milimétricamente sincronizado. Me senté a esperar y ahora estoy plenamente convencido de los beneficios actuales: se acabaron los olores a pólvora y la lluvia en la cara ya no es más una molestia. Nunca más la sorpresa de los ataques inesperados y el sudor en las manos ya no es más un problema. 

Llevo mucho tiempo esperando y no puedo hacer otra cosa más que esa. Se me enseño a no cuestionar y aún cuando puedo calcular por mucho medio el tiempo no debo hacerlo pues hice un voto irrompible de paciencia. No hay nada en este cuartucho que me distraiga de mi actual estado salvo una jeringa con droga que supongo perteneció al que estuvo antes que yo; y él murió, aún ahora morir es lo peor pues sólo mueren los idiotas. Y la droga ha llegado a mi como un milagro y sin pensarlo la he inyectado en la vena saliente de mi mano.

                          La realidad es una invención de mis sentido/puedo salir y
                         gritar pues conozco todos los secretos del mundo/si pestañeo
                      creo sombras/si manoteo nace un niño dormido/mis palabras
                   sin eco están en comunión con los muertos/soy el Alfa y el Omega

Oigo timbres de algún lado. Una voz metálica dentro de esta guerra-rutina
-Aborte la misión, la muerte del mayor Smirnoff Cheff O'Rnica es inevitable.

Contesté como pude y con todo el honor de la modernidad
-Y qué. 









   

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